Volver a recordar. Colas familiares y la máquina para viajar al futuro.

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Crecer en Popayán, la primera capital colombiana, tuvo un impacto brutal en mi autoconocimiento. Recuerdo a mi familia reconstruyendo las historias que nos contaban nuestros abuelos; historias contadas de boca en boca y perdidas en el tiempo y el espacio hasta llegar siempre a ese punto de inflexión en el que nuestro árbol genealógico simplemente se desvanece. Sólo una cosa está clara: somos un mestizaje de todo. La mestiza que cabe en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.

La construcción del concepto “negro” surge de la necesidad de Europa de levantar su cultura, destruyendo otra. Los moros llegaron a América tres siglos antes que Colón y sabemos muy poco de cómo nos relacionamos con la que fue una de las grandes civilizaciones de la humanidad. Menos aún sabemos de la excelencia negra, pero entendemos el negro como la ausencia de luz. Esto implicaba prejuicios aplicados a africanos y asiáticos principalmente, y nuestra percepción de la realidad estaba contaminada por “bichos mentales”, como los denomina el Dr. Banaji: “magia negra”, “conciencia negra”, la mala suerte que traen los “gatos negros” y esta interminable niebla mental.

Con el ejercicio de apelar a la memoria familiar para reposicionarse como miembros y reconciliarse con uno mismo como parte de un clan; no quise saber de dónde vengo por encontrarme a mí mismo, pues eso ya pasó. El ejercicio de ir hasta el fondo, es utilizar los elementos de nuestras propias culturas para fortificarlas y recordar quiénes somos realmente. El poder de pertenecer a una manada, por muy disfuncional que sea; es una herramienta potencial para curarnos de la locura colectiva que aqueja al mundo tal y como lo hemos creado.

Fotos: archivos familiares